La muestra da cuenta de su trayectoria y sus facetas. Se exhibe desde su primera obra, Retrato del Señor Gandelbeu, realizada en 1886, cuando tenía tan solo 12 años; y se presenta también su escritorio original, traído desde Montevideo. Ocupan un lugar muy importante sus juguetes, que después se comercializarían como Juguetes Aladdin, y que revelan lo más lúdico del artista; esas creaciones incluyen los teatritos que construyó para sus hijos, que son expuestos junto a sus decorados y personajes intercambiables. Estas piezas, así como las de la sección dedicada a su familia, muestran la perspectiva más íntima de Torres García.
La exposición Obra Viva busca convocar tanto a los adultos como al público infantil: es así como en la Sala Pacífico se exhibe una mesa con réplicas de Torres García, que podrán ser manipuladas por los asistentes, para experimentar la creatividad a través del juego como motor del arte, una de las premisas del artista uruguayo. “Tanto en esta exposición, como en la de J.M.W Turner que está en Sala Andes, quisimos dar la señal de que con muy poco, con una materialidad mínima, se puede crear y construir grandes obras e interpelar las emociones”, agrega Beatriz Bustos.
Otro hito fundamental en Torres García es su faceta como pensador, rompiendo con el lenguaje imperante para pensar el Sur desde el Sur. En la muestra está presente su obra icónica América invertida (1943), con la que declara: “Nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte”.
El hombre universal
Desde su quehacer artístico, docente y filosófico, Torres García siempre abogó por la búsqueda de un arte puro, asentado en la comunicación entre el ser humano y el orden cósmico, desde donde surgió su concepto Universalismo Constructivo.
Nacido en Montevideo, hijo de padre catalán y madre uruguaya, mostró desde muy temprana edad su interés por la pintura. A los 17 años migró con su familia a Barcelona, donde descubrió de golpe una cultura y una ciudad intensa. El viaje se transformó en una constante en su vida: deambuló por otras ciudades del mundo como Nueva York y París.
Su rol como padre y docente lo alejó de la clásica imagen del artista solitario, para dar paso a la de un hombre simple y sencillo, que buscaba el sustento de su familia, junto a su mujer Manolita Piña de Rubíes.
En Nueva York fundó su fábrica de juguetes artesanales. Dichas piezas no eran de porcelana o de cartón, eran juguetes sólidos de madera, pintados con colores llamativos y diseñados para soportar los golpes y sacudidas de los niños, partiendo por sus propios hijos.
Posteriormente, residiendo en París, fundo el movimiento de artistas abstractos Cercle et Carré (Círculo y Cuadrado) del que fueron parte importantes artistas avant garde como Piet Mondrián, Michel Seuphor y Sophie Taeuber-Arp. De vuelta a Uruguay se dedicó a su taller, la Escuela del Sur, donde formó a generaciones de artistas con un sello tan particular que se define como un movimiento artístico propio.